lunes, 13 de julio de 2015

NUESTRA PRESCRIPCIÓN EXTINTIVA O UNA VERDAD INCÓMODA

Nos creemos imprescriptibles y actuamos en consecuencia, ejerciendo lo que nos han contado son nuestros legítimos derechos ignorando plazos, desconociendo trámites, secundando el famoso "hoy no, mañana".
 
 
 
 
 
 
Así es, por norma, hasta que ocurre un suceso imprevisto, haciendo rechinar la maquinaria de la eterna postergación. Sólo entonces parecemos tomar conciencia de una verdad evidente y probada: la brevedad de nuestro tiempo, nuestra fragilidad. "Nunca es demasiado tarde", nos decimos con demasiada frecuencia, pero aun siendo esto cierto, que no lo es, ¿por qué no empezar ahora a hacer todo aquello que nos habíamos propuesto? ¿Por qué no comenzar ya a ser la persona en la que aspiramos a convertirnos?.
 
No se trata tan sólo de vivir el momento sin pensar en el futuro, que también, en cierta medida; sino de aprovechar las oportunidades que se no presentan, todas y cada una, de descartar el "para la próxima". Se trata de luchar, de no perder la ilusión, de no dejarse llevar por los convencionalismos, de ser AUTÉNTICO, en mayúsculas.
 
Pero se trata también de compartir, de construir cosas JUNTOS, también en mayúsculas.
 
 
 
 


Hoy se ha muerto un amigo de Facebook. Sí, esa categoría virtual en la que tienen cabida personas con las que sólo has llegado a intercambiar unas palabras, a las que quizá has felicitado por su cumpleaños porque la notificación te pilló en buen momento, a las que puedes hacer un seguimiento superficial con sólo un vistazo a sus últimas publicaciones. Se he muerto repentinamente y tenía mi edad, sus propios sueños y las expectativas, imagino, de nuestra generación. Se ha muerto y lo que más me ha impactado ya no es tanto el hecho en sí, sino la cantidad de mensajes que muchos de sus contactos han ido dejando en su muro a lo largo del día de hoy. Al principio he sentido cierto pudor, cierta incomprensión (¿por qué le escriben si saben que ya no lo puede leer?). Y entonces lo he entendido, están compartiendo su estupor, su dolor, el enfado que les genera, que me genera a mí también, asumir la verdad más universal: somos prescriptibles, estamos destinados a desaparecer, aunque prefiramos ignorarlo la mayor parte del tiempo. Porque compartir aligera la carga, nos ayuda a sobrellevar la crónica anticipada de nuestro destino, del tuyo y de quienes te rodean. Por esa razón, me sumo a la tendencia, a mi manera, y pienso en él para encontrarme con el recuerdo de un chico dulce, con esa clase de dulzura que te hace confiar, que te hace sentirte cómoda durante esos expectantes primeros momentos de relación con un ser humano hasta entonces desconocido.
 
Lo que deseo es que si ha tenido la oportunidad de preguntarse "si me dieran otra oportunidad, ¿qué cambiaría de mi vida?", haya sido capaz de contestar como una luchadora que he tenido la suerte de conocer y a la que la muerte, por fortuna, ha decidido no llevarse tan pronto: "nada, no cambiaría nada". Seguiría viviendo mi vida como hasta ahora, porque esa es la vida que he soñado.
 

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