miércoles, 11 de enero de 2017

DILEMA UNIVERSAL


De entre los miles de millones de estrellas que conforman la Vía Láctea, la Tierra, el lugar que habitamos, el suelo que expoliamos, se vio atraída por la fuerza de la gravedad del Sol. Vivimos en la creencia, huérfanos de toda certeza, de que no hay nada voluntario en este fenómeno. Desconocemos el origen exacto del mismo, todo son conjeturas, así como el momento, si es que llega, en el que dejará de ser así y qué ocurrirá entonces. De lo contrario, probablemente trataríamos de convencerla, osados humanos, de que probara otras estrellas diferentes ("vamos, no seas tímida, hay muchas estrellas en la galaxia", "¿cómo puedes estar segura de que es la estrella de tu vida si no has probado otras?", ¿de todas las estrellas de la galaxia justo esta, que es la que te pillaba más cerca, es la elegida? ¡venga ya!") o, incluso, osadía mayor, que constituyera su propio sistema ("no hay nada como la independencia, muñeca").






Ajena a este abanico de inciertas posibilidades, la Tierra gira, prudente y metódica, alrededor del Sol, cuya energía constituye la fuente de la vida que se desarrolla en el interior del planeta.
Vital para nosotros, autoproclamados amos y señores de todo lo que se encuentra en su faz, nos conviene no inmiscuirnos en los asuntos gravitatorios de la Tierra. Pero, ¿y si ella deseara secretamente aproximarse a su estrella predilecta, adelantarse a Venus y a Mercurio para situarse lo más cerca posible del Sol? ¿Y si no se conformara con el tercer puesto en la sucesión de planetas al que se halla relegada?
La Tierra, hogar también de hombres y mujeres brillantes, que con su valentía y solidaridad han conseguido logros que el resto de sus congéneres creían imposibles; cuna de luchadores por el bien común (del verdadero, no del que se alega como excusa para cometer las mayores tropelías o para apropiarse en primicia o en exclusiva de un beneficio que no les corresponde) que han llegado a hacerle sentir orgullosa, en momentos puntuales, de ser llamada por ellos "madre Tierra"; parece no encontrar,  sin embargo, la fuerza suficiente para aproximarse al Sol. Parece que tiene miedo.
¨¿Y si, molesto por mi inoportuno atrevimiento, me priva de su luz o me aleja hasta los fríos lugares que ocupan Urano y Neptuno?", podría estar pensando.
Si ese fuese su anhelo y llegara a exteriorizarlo sabe de sobra lo que le dirían los hombres y mujeres a los que merece la pena escuchar ("se valiente, atrévete, lucha por lo que quieres"). Se debatiría entonces entre sucumbir a sus debilidades, viejas conocidas implacables, o erigirse, triunfante, en digno reflejo de las más admirables actuaciones de sus moradores.
El caso es que la Tierra sigue en su sitio. En movimiento, pero paralizada, con todas sus contradicciones.
Será que siente que es una lucha perdida, que solo ahí, en la distancia, donde le ha tocado estar puede seguir disfrutando de la luz de la estrella a la que la fuerza de la gravedad mantiene unida y que sin esa luz no habrá nada capaz de salvarla de la oscuridad.
Será que ha perdido la ilusión. Será que se ha resignado.
O no.
Quizá haya aprendido de los errores cometidos por sus habitantes, los incautos, los atolondrados, los confiados; de aquellos que no prestaron atención a las señales e ignoraron la importancia del momento. Tal vez por ello permanezca a la espera, expectante, preparada para emprender el adelantamiento tan pronto como los astros se alineen a su favor.
Quizá, pero, insisto, solo quizá, se halle la Tierra ante un Dilema Universal.






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