martes, 28 de marzo de 2017

HISTORIA DE AUTOBÚS


"No quiero morir hoy", amanecí pensando, "aún me quedan tantas cosas por vivir...".
Sin razón aparente para albergar tales pensamientos, más allá de un trágico sueño que no lograba recordar, me levanté de la cama para iniciar el ritual preparatorio de cada día.
El semáforo de mi calle estaba en verde. La vida me sonreía. Pero no por mucho tiempo, pues el semáforo de la perpendicular cambió a ámbar en cuanto me incorporé al carril correspondiente.
Ya en la estación estuve a solo treinta segundos de perder el autobús, 30, contados y sudados. De entre los escasos asientos disponibles elegí uno a medio camino entre la delantera senil y el fondo juvenil, patrón de distribución de pasajeros repetido en todos los autobuses del mundo.
Mi compañero de asiento, a pesar de mi cuidada selección de estamento de edad, resultó ser un hombre mayor, de rostro afable y mirada serena, lo que me incitó, en contra de todas las reglas del saber estar en-un-frío-autobús-de-capital-a-primera-hora-de-la-mañana, a dedicarle un sentido "buenos días." Su pertinente contestación, acompañada de una cálida sonrisa, prometía algo más que una mera cercanía física, y ese algo más, como casi todas las cosas importantes en la vida, que aparecen o suceden sin previo aviso (una mirada, un beso, una factura eléctrica...), me sorprendió poniéndome los cascos para escuchar esa canción de reguetón que solo me permito escuchar a escondidas.

¡DEEESPAAAACIIIITO!

Ese hombre, de rostro afable y mirada serena, me contó la historia más bonita y, al mismo tiempo, más amarga que me han contado jamás (en un autobús a las ocho de la mañana).





Decía así:

"Era el mejor de todos los guerreros del Reino. No solo contaba con una notable fuerza física, sino que era capaz de anticipar los movimientos del enemigo e idear con éxito sorprendentes emboscadas. Sus compañeros, incluso aquellos que se hallaban en las antípodas de su modo de concebir el mundo (eres libre, por tanto, elige, es decir, inventa), le admiraban y le temían al mismo tiempo, temor reverencial motivado por su demostrada intolerancia a la traición. Conocía  a la perfección las reglas y los usos sociales, pero no le importaba apartarse de ellos si lo que estaba en juego era el bien común. Era noble, íntegro, incorruptible.
Durante el periodo de formación entabló amistad con otros cinco guerreros nóveles, especialmente estrecha con los guerreros nº 6 y 11 por distintos motivos de afinidad. Concluida esta fase, los cinco guerreros fueron destinados a conflictivos, mas no estratégicos, enclaves, mientras al Mejor Guerrero del Reino le fue adjudicada un plaza de notoria importancia, dadas sus acreditadas habilidades, en la que se instaló con su familia.
No tardaron en llegar los malos tiempos en los que los puestos fronterizos, que se hallaban a cargo de los cinco nóveles guerreros, fueron acosados por la creciente presión ofensiva del enemigo.
A un nada fácil dilema se tuvo que enfrentar nuestro mejor guerrero: ¿ayudar a sus compañeros, con todos los riesgos que ello implicaba, o quedarse en su zona no amenazada? Dos eran las premisas con las que a tal dilema se enfrentaba:1) ningún provecho podría obtener con tal colaboración, 2) su propia vida estaba en juego; no obstante lo cual, El Mejor Guerrero del Reino, consciente de su valía, no dudó en acudir en auxilio de los puestos amenazados, a pesar de las súplicas de su familia. 
En un giro no tan inesperado de los acontecimientos, dada la debilidad geográfica del enclave, el flanco que fue atacado con mayor virulencia fue aquel sometido al control de la guerrera nº 11. A priori, la amenaza no representaba visos serios de materializarse en victoria, pues contaban con los efectivos de los restantes compañeros. Sin embargo, tales efectivos no llegaron nunca a sumarse a la defensa, pues sus dirigentes, aliviados en cierta medida por la relativa lejanía del peligro, cedieron a la presión social de sus poblaciones, temerosas en exclusiva por su propia seguridad, y en el último instante se retractaron del compromiso de colaboración con la guerrera nº 11 que habían contraído.
Cuando esta y El Mejor Guerrero del Reino se dieron cuenta de que el resto les habían fallado ya era demasiado tarde para cambiar la estrategia, así que, instantes antes de lanzarse a la lucha encarnizada, se miraron y sin palabras se dijeron: moriremos combatiendo. 
A ella le dolió más ver la caída en el campo de batalla del cuerpo sin vida de su amigo, el mejor, el único; que el frío acero que le atravesó el corazón. Pensó en su viuda y en su hija, llorando la ausencia de un padre derrotado en una lucha que no era la suya. Pensó en la cobardía del resto de sus compañeros, cuya falta de apoyo les abocó a la derrota. Pensó en la insignificancia de los momentos que había vivido junto a ellos. Pensó en la inmensa generosidad de aquel y en la mediocridad de estos.
Murió en un charco de sangre repleto de sentimientos contradictorios, mientras los otros cuatro temblaban en sus puestos viendo venir la inevitable derrota que se cernía sobre ellos, estratégica y moral."

Con frecuencia nos cuentan la historia de quienes vencieron en circunstancias adversas, logrando imponerse a engaños y traiciones. Casi nunca la de todos aquellos, quizá los mas, que pusieron todo su empeño, que lo arriesgaron todo por cambiar las cosas, por que prevalecieran en los momentos críticos esos valores comunes, generales, sobre los que tanto se ha escrito y poco practicado, y que, a pesar del esfuerzo, no lo consiguieron.

"Esta va por todos ellos", pensé al bajar del autobús, tras el "ha sido un placer" con el que me despedí del hombre de rostro afable y mirada serena.