lunes, 8 de diciembre de 2014

AMOR (II)

Amor-pasión (eros)

Pongamos que alguien me pidiese que definiera este tipo de los tres que hay del amor. No es que se me antoje muy probable que algún curioso me vaya a parar por la calle para, en lugar de preguntarme por el monumento de turno (Brad Pitts a la izquierda, Angelina Jolies a la derecha), hacerlo por mi definición personal del amor-pasión, pero yo, por si acaso, me la llevo preparada de casa, no vaya a ser...
 
Le he estado dando vueltas al asunto últimamente, aprovechando esos momentos cotidianos que invitan a la evasión: la cola del supermercado, subida en escaleras mecánicas, bajada en escaleras mecánicas (muy habitual donde vivo, que no, no es un Corte Inglés) o mientras mis compañeros de trabajo hablan de fútbol (¿sabíais que Cristiano Ronaldo es especialista en la técnica de lanzamiento conocida como la "folha seca"? Cosas que me pasan por no evadirme a tiempo). Ahí va el resultado de tanta cavilación: el amor es la intensa y constante necesidad de otro. De estar con él, de saber de él, de contarle lo que hacemos. Una necesidad que puede surgir de repente al conocer a alguien o ir gestándose progresivamente en el seno de una relación más o menos estrecha. Hasta un ser despreciable y egoísta como el J.Edgar interpretado por Leonardo Di Caprio habla de necesidad cuando al final de su vida revela a su compañero Tolson que fue eso lo que sintió la primera vez que le vio, dejando entrever su presunta relación amorosa. Sabía que le necesitaba desde el mismo momento en el que le conoció cuando nunca antes había sentido necesitar a  otra persona.
 
Mucho más interesante es, sin embargo, la explicación que del amor hace nuestro "enigmático libro". En él se dice que el amor-pasión es el amor que sentimos cuando estamos enamorados, añadiendo que el libro más bello jamás escrito sobre este tipo de amor, en opinión de casi todos los filósofos, es una famosísima obra de Platón llamada "El banquete". Se trata del relato de un diálogo que cuenta una comida entre amigos o una "borrachera en común". Y es que, qué duda cabe, los diálogos más fructíferos surgen en tales circunstancias (hasta que alguien tiene la brillante idea de invitar a chupitos de Jagger o de acabar la noche en Valencia).
 
Cada comensal, y son siete, formula su discurso, que es a la vez un intento de definición y un elogio del amor, si bien la tradición filosófica casi siempre destaca dos de ellos: el de Aristófanes y el de Sócrates.
 
Aristófanes nos cuenta una historia que ocurre en un tiempo anterior al tiempo en el que cada hombre y cada mujer eran dobles y, sin embargo, formaban una unidad perfecta. Es decir, tenían dos rostros, cuatro brazos, cuatro piernas y dos sexos. Algunos tenían dos sexos de hombre (los denominados varones); otros tenían dos órganos sexuales de mujer (conocidas como mujeres); y otros, por último, tenían un sexo de hombre y uno de mujer (los andróginos). Estos humanos, así dotados, tenían una fuerza y una audacia increíbles, hasta el punto de que intentaron escalar el cielo para luchar contra los dioses. Éstos, con el gemelo subido de puro miedo, fueron a ver a Zeus, el dios de los dioses, para pedirle que interviniera. Lo que hizo entonces Zeus fue partir en dos a aquellos humanos, siendo la versión resultante, nosotros, dos veces más débiles que aquéllos.
 
Desde esa escisión originaria, que nos hizo pasar de la unidad a la dualidad, de la completud a la incompletud, buscamos sin descanso la mitad que nos falta, nuestra "media naranja". Así las cosas, queda claro que Pau Donés es un seguidor de Aristófanes en toda regla.
 
 
 
 
Por cierto, una teoría o mito como este explica las diferentes orientaciones sexuales de las que es capaz la humanidad. Los que proceden de un varón son los homosexuales masculinos, las que proceden de una mujer son las homosexuales femeninas y quienes proceden de los andróginos son los heterosexuales. Se le escapan, eso sí, los bisexuales, a lo que quizá respondería con un "están en fase de transición quedando englobados en algunas de las anteriores categorías cuando encuentren a su media naranja".
 
Llegados a este punto no me cabe ninguna duda de que el tal Aristófanes, de existir hoy en día, trabajaría en Telecinco y que "Adán y Eva" sería el "Cuéntame cómo pasó" versión Jagger.
 
Señala André Comte-Sponville que este discurso de Aristófanes nos presenta el amor tal como nos gustaría que fuese, pero no como es en realidad; tal como lo soñamos, especialmente cuando somos jóvenes, el amor absoluto, el "gran amor", dotado de cuatro características principales: la exclusividad, la perpetuidad, la felicidad y la fusión.
 
Es Sócrates quien dice la verdad sobre el amor, quien lo describe tal como es, dice Comte-Sponville. Se resume en la siguiente ecuación:
 
amor = deseo = falta
 
"Sólo amamos aquello que deseamos, sólo deseamos aquellos que nos falta".
 
Desde esta perspectiva, enamorarse es que una cierta ausencia o la ausencia de cierta persona se ha apoderado de tí y es como un vacío que se va abriendo en tu alma o en tu mundo y que te arrastra. Enamorarse, en lenguaje platónico, es descubrir que echamos terriblemente de menos a alguien y que su posesión, eso creemos, nos colmaría de felicidad. En mi opinión, no hay película que mejor refleje esta teoría que "La vida de Adele", aunque he de reconocer que no he visto tantas películas como me hubiera gustado.
 
¿Qué ocurre cuando ya no existe la falta, cuando se tiene aquello que, desde entonces, ya no nos falta? Cabría pensar que la felicidad, ¿no? Pues no, llega Schopenhauer y nos espeta que ese estado no es ni el sufrimiento ni la felicidad, sino el tedio, entendido como "la ausencia de felicidad allí donde se esperaba que ésta existiera". Pero es que, por si fuera poco profundo el pozo al que Schopenhauer ha tirado toda la ilusión en la que descansa el discurso de Aristófanes, ahonda un poco más con la siguiente frase: "La vida oscila como un péndulo entre el sufrimiento y el tedio".
 
¿De verdad es esto lo que nos espera a quienes transitamos desde la ilusión de Aristófanes a la crudeza de Sócrates? Ni tanto ni tan poco, por favor. Hablemos del punto medio en el que, según Aristóteles, reside la virtud. Hablemos de la felicidad auténtica, dure lo que dure, que te embarga cuando estás en compañía de la persona que amas, cuando te pierdes hablando con ella mientras el tiempo pasa más rápido y amanece más temprano. "Hablemos de polvo y herida", de la necesidad que no se puede cubrir, del sufrimiento de echar de menos, de querer ejercer el derecho al olvido y no saber cómo. Pero hablemos también de que, como dijo una buena amiga, "todo llega", incluido el día en que, no es que duela menos, es que ya no duele nada porque has dejado de necesitar lo que no podías tener.


 
 



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