El caso es que las
circunstancias en que descubrí aquel libro no me permitieron
dedicarle un hueco en mi estrecho cajón de los recuerdos, apremiado
por eventos de otra naturaleza que exigían todo mi tiempo y
esfuerzo. Y es que nadie me recomendó ese libro. Llegó a mi vida
como una ola, como diría “La Más Grande”, y se fue, también,
con la marea.
Sin embargo, en
circunstancias más favorables ha reaparecido este “enigmático”
libro, en el momento oportuno para tratar un tema al que siempre he
querido dedicarle unas líneas: el amor. Sí, queridos lectores
(oh!), es el tema más interesante, si no para todos, sí, al menos,
para la mayoría de las personas; si no siempre, sí, al menos, la
mayoría de las veces. Prueba de ello es que el amor está presente
en casi todas las películas, series, libros, canciones y poemas.
También en la vida real, aunque a veces cueste reconocerlo. “¿Qué
es más apasionante que amar y ser amado?”.
Ahora bien, como este
tema da para mucho, lo trataremos en varias entradas. No me
pregunteis cuántas, pues no me gusta planear más allá de la
próxima comida. Sólo diré que “vario”, del latín varius
(aquí se comieron la cabeza),
significa en plural algunos,
unos cuantos según la RAE, así que será más de una entrada (lo
que hay que hacer para rellenar hoja).
Dice
André Comte-Sponville en el referido libro que el amor es una
virtud, aunque reconoce a continuación que no todo el amor es
virtuoso y pone ejemplos como el amor por el dinero o por el poder o,
a fortiori, el amor por la violencia y la crueldad. Define también
la virtud como “una cualidad moral, es decir, una disposición que
nos hace mejores, más excelentes, como diría Montaigne (…), o
simplemente más humanos”. Siendo a veces una virtud, no puede ser
un deber. En este sentido, Kant ha afirmado que “el amor es cosa
del sentimiento, no de la voluntad. Yo no puedo amar porque quiera,
pero todavía menos porque deba; de ahí que un deber de amar sea un
absurdo”.
¿Os
imaginais una sociedad en la que todos fuéramos virtuosos y nos
amáramos unos a otros? Suena a utopía, más que nada porque nuestra
capacidad de amar, no nos engañemos, es limitada. Amamos a un grupo
reducido de personas del total con el que nos relacionamos. Téngase
en cuenta que cuando hablo de amar, me refiero al amor en sentido
amplio, que abarca, según el libro en cuestión, tres tipos de amor:
el amor pasión (eros),
la amistad (philia) y
la caridad (ágape).
-Sí, yo también me he quedado loca con este último; creí que
Ágape era sólo un bar de copas-. Si el amor no cubre la totalidad
de nuestras relaciones, ¿cómo ordenar las huérfanas de amor? Con
la moral. Ésta nos dice que actuemos por amor o, como mínimo, como
si amáramos. “Se trata de imitar, en nuestros actos, el amor que
debería guiarlos o que de hecho los guía, pero como ideal y no como
sentimiento real”. Un ejemplo (no tan clásico): un nieto que, por
lo que sea, no ama a su abuela, no siente amor por ella, pero
sometido a los dictados de la moral actúa como si la amara. En
definitiva, “necesitamos la moral en función de nuestra
incapacidad, en una u otra situación, para amar”.
¿Qué
pasa cuando no puedo o no me da la gana de actuar de acuerdo con la
moral, pero tampoco quiero ser objeto de sanción ni de oprobio?
Entonces nos situamos en el nivel más básico, el que tan sólo nos
exige actuar conforme a derecho, “que es el que se refiere a las
relaciones objetivas (diría Hegel)”, y conforme a las reglas de la
educación, “que se refiere a las relaciones subjetivas o
intersubjetivas”. La diferencia con la moral, entiendo, es que ésta
es más exigente que el derecho y que la educación y, quizá por esa
razón, menos efectiva. Esto es, derecho y educación nos marcan el
mínimo. De ahí, al cielo. Lo que no tengo tan claro es en qué
nivel situar eso que he dicho en la anterior entrada de "espera
del otro lo que tú le has dado". Está
claro que no en el del amor, se queda corto ante tan importante
virtud. ¿Demasiado, sin embargo, para el nivel básico? La decisión,
queridos lectores (oh, oh!), la dejo en vuestras manos.
Me
despido con un fragmento del “enigmático” libro que me ha
gustado mucho:
“(...)
el espíritu del amor es un espíritu de libertad: cuando el amor es
más fuerte que el ego, ya no hay que preocuparse de la moral, ni del
deber, ni de la obligación; ya solo hay que actuar por amor, y eso
basta”.
Querida Cecilú,
ResponderEliminarEspero leer MUCHO MÁS. :-)
Un placer de reencuentro, de verdad de la buena.